Bajo la mañana me conformé
mirando la niebla que huía de sí misma.
Más tarde la noche inundó los caminos
y sobre mi última morada
mi voz enferma quiso tocar el viento.
Una penumbra se internó en mis ojos
y un mar de lágrimas se vació sobre
mi pecho.
Sentí tu ausencia que huyó
tras la lluvia,
y el frío que dejabas
entraba por mi piel
y quería arrancarme el alma.
Juan Ramón Justiniano
(Breve Poesía Cruceña I)
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